Shelley acogió con lágrimas
el eco de su joven amigo Keats
con el rostro cubierto de agua.
Él no sabía que
al poco tiempo una tempestad ilícita
le abriría las puertas
a un silencioso sueño.
Hoy hace un día lluvioso
en el cementerio,
como en 1822 en los mares
de la Toscana. Náufrago
de esta costa en la que,
desde una colina de mármol,
escribo, acudió al funeral
de su amigo sin conocer
que su corazón sería arrancado
de su Inglaterra y pertenecería
a los que siempre te saludamos en Roma,
como Adonáis que esperan,
bajo la sombra de un ciprés,
el bello martirio de tus huesos
hechos ceniza.
Mientras nosotros te escuchamos,
somos dignos recibidores
de tu mortalidad.
¡Tú, que tanto codiciaste
la muerte,
ahora deseas la vida!
E.